Æon Flux

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El lado oscuro de la perfección

Æon Flux o Aeon Flux (2005)
Dirección: Karyn Kusama
Guión: Phil Hay y Matt Manfredi
Basada en los personajes creados por: Peter Chung
Fotografía: Stuart Dryburgh
Edición: Jeff Gullo, Peter Honess, Plummy Tucker
Música de: Grame Revell
Elenco: Charlize Theron como Æon Flux; Marton Csokas como Trevor Goodchild; Jonny Lee Miller como Oren Goodchild; Sophie Okonedo como Sithandra; Frances McDormand como Handler; Pete Postlethwaite como Keeper; Amelia Warner como Una Flux.


La norma de calidad de las películas de ficción científica se ha reducido paulatinamente a una sola: estilo. Y si hay algo que no se le puede reprochar a Æon Flux es su elevada y consistente elegancia visual.

Los fanáticos de las historias de anticipación del futuro saben que debo estar equivocado. Películas tan variadas como Matrix, Solaris o La isla, e incluso comedias como Hombres de negro además de todas las incursiones en el género realizadas por Steven Spielberg califican muy alto en la escala de un cine que combina con naturalidad las ideas y la acción. Pero parece que el gran público ha dejado de notar la diferencia: un conjunto de secuencias de acción apoyadas por efectos visuales sorprendentes es tan deseable, o quizás más, que una obra maestra del género, tal y como, debatiblemente, podrían serlo A.I. (Inteligencia artificial) o Sentencia previa, de Spielberg.

Pero Æon Flux es fascinante por una sola razón: Charlize Theron habita su personaje con una convicción arrolladora. Su belleza y su talento son indiscutibles. En cierto sentido, esta película es útil porque demuestra hasta qué punto Charlize es un tipo de actriz que encarna a sus personajes. Como en Monstruo, en la que interpretó a una asesina reincidente, aquí también su cuerpo es primordial: no hay margen de duda de que es ella quien salta, gira y golpea. Hay acercamientos a sus ojos, a su rostro y a su piel que se perciben como aspectos de su actuación. Hay escenas enteras en que lo único que ella hace es caminar a través de un corredor, una calle o una habitación, y sin embargo, contenemos el aliento como si se tratase de un momento clave, cuando en realidad su única intención, para citar un ejemplo, es servirse una taza de café. La película inicia con un acercamiento a su ojo derecho: con sus párpados atrapa una mosca. Nada más fantástico, pero se trata de una lúcida metáfora: fija la idea de una mujer que tiene un control absoluto sobre su cuerpo.

Dirigida por Karyn Kusama para MTV Films, Æon Flux está inspirada en la serie de dibujos animados creados por el artista Peter Chung. Nunca fui un fanático de la serie, pero debo decir que admiro su espíritu experimental, tan raro en la televisión. La adaptación de Kusama, a partir del guión de Phil Hay y Matt Manfredi, crea un mundo visual comparable al de Chung, pero hace dos cambios substanciales: por un lado, prescinde de la sexualidad y violencia visceral del original; y por otro, introduce un mejor arco narrativo y, como una consecuencia de ello, personajes mejor delineados. Dicho esto, es una lástima que no haya un sitio en el cine para las bizarras inclinaciones de Chung. ¿Qué habría hecho David Lynch con el mismo material?

La historia, que toma lugar en el año 2415 es original hasta cierto punto, pero desemboca en una serie de clichés. En el año 2011 un virus mata al 99% de la población. Trevor Goodchild, un científico, desarrolla una cura y los 5 millones de sobrevivientes viven en Bregna, la última ciudad sobre la tierra. La dinastía de Goodchild dura 400 años, un período de evidentes avances científicos y materiales. Pero bajo el barniz de la perfección social hay historias alarmantes que revelan un lado oscuro: se trata de un estado policial en el que ocurren capturas y asesinatos de ciudadanos inocentes; y hay fisuras en el equilibrio mental de la población, pesadillas o memorias ajenas que atormentan a muchos. En ese contexto, surge un grupo de rebeldes clandestinos, los Monicanos, quienes luchan “en el nombre de los desaparecidos”.

Es interesante que la intriga de Æon Flux sea primordialmente política, y con elementos sustraídos de la realidad latinoamericana. Su protagonista es, en esencia, una guerrillera urbana. La primera misión de Æon es cegar al estado, saboteando el sistema central de vigilancia. Esto da una oportunidad para conocer el tipo de tecnología que se usa en Bregna. No hay monitores de televisión, por ejemplo; en cambio, se visualizan imágenes en el agua. Todo es orgánico. Las armas de seguridad son plantas. La comunicación clandestina se da por medio de un beso húmedo durante el cual se intercambia una cápsula que conecta el cerebro de Æon directamente al de Handler (Frances McDormand), la líder de la célula rebelde.

“Yo tenía una familia. Tenía una vida. Ahora sólo tengo una misión”, se lamenta Æon después de perder a su hermana. Por eso acepta con gozo la oportunidad de asesinar al máximo líder Goodchild. Con la ayuda de Sithandra, un personaje con manos implantadas donde deberían estar sus pies (interpretada por Sophie Okonedo, una de las más versátiles actrices inglesas de ahora) Æon penetra los más altos estadios de seguridad, y llega al punto de tener el cañón de su arma a un metro de Goodchild. Pero no le dispara. A partir de este momento la historia toma matices inesperados que la hacen una mejor película, pero que no la redimen por completo, porque jamás abandona su nivel primario de entretenimiento, sustentado por largas escenas de artes marciales y de tiroteos.

La película es visualmente bella, sin embargo, y gran parte de esa belleza proviene de la arquitectura visionaria de sus escenarios. Ésta no fue creada en un estudio. Todos estos edificios y estructuras existen en Berlín, una ciudad una vez dividida y que ostenta, en sus construcciones, algo del sueño histórico del ser humano por idear los espacios del futuro.

Del resto del elenco, Amelia Warner como Una Flux, la hermana de Æon, provee una nota de calidez humana, aunque quizás sólo Pete Poslethwaite en el papel de Keeper, tenga las escenas más memorables, y por razones de estilo más que por otra razón. Los demás actores, Marton Csokas como Trevor Goodchild, Jonny Lee Miller como Oren Goodchild y Paterson Joseph como Giroux son tan acartonados como sus versiones en los dibujos animados, pero esta vez debido a un guión que los ha reducido a una sola dimensión.

La película cuenta con pormenores absurdos. Sólo los rebeldes clandestinos se visten de negro, por ejemplo. Durante una misión nocturna, en lugar de usar camuflaje, Æon se viste de blanco. Pero estos son detalles. Lo más serio es que la historia contiene una falla que desafía la lógica misma de su misterio: si las personas están siendo clonadas de generación en generación, no deberían haber, en un momento dado, hasta tres versiones de una misma persona. Y en una ciudad con sólo cinco millones de habitantes, ¿cómo es posible que nadie se haya dado cuenta de esto a lo largo de 400 años? Al menos la película adopta una postura moral ante el tema de la clonación, tomando en consideración la relación del ser humano con la naturaleza. Esta preocupación moral denota una actitud que sí es muy rara en Hollywood, donde las ideas complejas son la principal especie en peligro de extinción.



Originalmente publicada en El Faro, San Salvador, 2005.

© 2009, Jorge Ávalos.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente crítica.