Imágenes prohibidas

Este corto reúne una colección de imágenes censuradas de películas del cine mudo. Encontradas en una lata en un viejo teatro de Pennsylvania, estos trozos de cinta de nitrato de 35 mm fueron recortados por los técnicos de proyección para atenerse a las exigencias morales de la comunidad. Realizado por CineGraphic Studios y presentado en el Festival de Cine de 72 horas de Frederick, Maryland. “Forbidden Images”, 2007, 4:36.

Mis películas favoritas

Las favoritas. Todos tenemos algunas. ¿Qué dicen de nosotros nuestras preferencias y nuestros gustos? Si nuestra identidad cultural, en el sentido más amplio, está en aquello con lo que nos identificamos, entonces una lista de lo que nos gusta, de todo aquello que consideramos un tesoro en nuestra memoria, es un indicio autobiográfico y, tal vez, en el caso de un crítico de cine, un simple acto de honestidad.

He aquí una lista con diez de mis películas favoritas:

  • Andrei Rublei de Andrei Tarkovski, 1966.
  • El espíritu de la colmena de Víctor Erice, 1973.
  • Los olvidados de Luis Buñuel, 1950.
  • Sombras de nuestros olvidados ancestros de Sergei Parajanov, 1964.
  • La pasión de Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer, 1928.
  • La noche del cazador de Charles Laughton, 1955.
  • Adiós mi concubina de Chen Kaige, 1993.
  • Los siete samurai de Akira Kurosawa, 1954.
  • M de Fritz Lang, 1931.
  • La novia de Frankenstein, Todd Browning, 1935.


© 2009, Jorge Ávalos.

Æon Flux

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El lado oscuro de la perfección

Æon Flux o Aeon Flux (2005)
Dirección: Karyn Kusama
Guión: Phil Hay y Matt Manfredi
Basada en los personajes creados por: Peter Chung
Fotografía: Stuart Dryburgh
Edición: Jeff Gullo, Peter Honess, Plummy Tucker
Música de: Grame Revell
Elenco: Charlize Theron como Æon Flux; Marton Csokas como Trevor Goodchild; Jonny Lee Miller como Oren Goodchild; Sophie Okonedo como Sithandra; Frances McDormand como Handler; Pete Postlethwaite como Keeper; Amelia Warner como Una Flux.


La norma de calidad de las películas de ficción científica se ha reducido paulatinamente a una sola: estilo. Y si hay algo que no se le puede reprochar a Æon Flux es su elevada y consistente elegancia visual.

Los fanáticos de las historias de anticipación del futuro saben que debo estar equivocado. Películas tan variadas como Matrix, Solaris o La isla, e incluso comedias como Hombres de negro además de todas las incursiones en el género realizadas por Steven Spielberg califican muy alto en la escala de un cine que combina con naturalidad las ideas y la acción. Pero parece que el gran público ha dejado de notar la diferencia: un conjunto de secuencias de acción apoyadas por efectos visuales sorprendentes es tan deseable, o quizás más, que una obra maestra del género, tal y como, debatiblemente, podrían serlo A.I. (Inteligencia artificial) o Sentencia previa, de Spielberg.

Pero Æon Flux es fascinante por una sola razón: Charlize Theron habita su personaje con una convicción arrolladora. Su belleza y su talento son indiscutibles. En cierto sentido, esta película es útil porque demuestra hasta qué punto Charlize es un tipo de actriz que encarna a sus personajes. Como en Monstruo, en la que interpretó a una asesina reincidente, aquí también su cuerpo es primordial: no hay margen de duda de que es ella quien salta, gira y golpea. Hay acercamientos a sus ojos, a su rostro y a su piel que se perciben como aspectos de su actuación. Hay escenas enteras en que lo único que ella hace es caminar a través de un corredor, una calle o una habitación, y sin embargo, contenemos el aliento como si se tratase de un momento clave, cuando en realidad su única intención, para citar un ejemplo, es servirse una taza de café. La película inicia con un acercamiento a su ojo derecho: con sus párpados atrapa una mosca. Nada más fantástico, pero se trata de una lúcida metáfora: fija la idea de una mujer que tiene un control absoluto sobre su cuerpo.

Dirigida por Karyn Kusama para MTV Films, Æon Flux está inspirada en la serie de dibujos animados creados por el artista Peter Chung. Nunca fui un fanático de la serie, pero debo decir que admiro su espíritu experimental, tan raro en la televisión. La adaptación de Kusama, a partir del guión de Phil Hay y Matt Manfredi, crea un mundo visual comparable al de Chung, pero hace dos cambios substanciales: por un lado, prescinde de la sexualidad y violencia visceral del original; y por otro, introduce un mejor arco narrativo y, como una consecuencia de ello, personajes mejor delineados. Dicho esto, es una lástima que no haya un sitio en el cine para las bizarras inclinaciones de Chung. ¿Qué habría hecho David Lynch con el mismo material?

La historia, que toma lugar en el año 2415 es original hasta cierto punto, pero desemboca en una serie de clichés. En el año 2011 un virus mata al 99% de la población. Trevor Goodchild, un científico, desarrolla una cura y los 5 millones de sobrevivientes viven en Bregna, la última ciudad sobre la tierra. La dinastía de Goodchild dura 400 años, un período de evidentes avances científicos y materiales. Pero bajo el barniz de la perfección social hay historias alarmantes que revelan un lado oscuro: se trata de un estado policial en el que ocurren capturas y asesinatos de ciudadanos inocentes; y hay fisuras en el equilibrio mental de la población, pesadillas o memorias ajenas que atormentan a muchos. En ese contexto, surge un grupo de rebeldes clandestinos, los Monicanos, quienes luchan “en el nombre de los desaparecidos”.

Es interesante que la intriga de Æon Flux sea primordialmente política, y con elementos sustraídos de la realidad latinoamericana. Su protagonista es, en esencia, una guerrillera urbana. La primera misión de Æon es cegar al estado, saboteando el sistema central de vigilancia. Esto da una oportunidad para conocer el tipo de tecnología que se usa en Bregna. No hay monitores de televisión, por ejemplo; en cambio, se visualizan imágenes en el agua. Todo es orgánico. Las armas de seguridad son plantas. La comunicación clandestina se da por medio de un beso húmedo durante el cual se intercambia una cápsula que conecta el cerebro de Æon directamente al de Handler (Frances McDormand), la líder de la célula rebelde.

“Yo tenía una familia. Tenía una vida. Ahora sólo tengo una misión”, se lamenta Æon después de perder a su hermana. Por eso acepta con gozo la oportunidad de asesinar al máximo líder Goodchild. Con la ayuda de Sithandra, un personaje con manos implantadas donde deberían estar sus pies (interpretada por Sophie Okonedo, una de las más versátiles actrices inglesas de ahora) Æon penetra los más altos estadios de seguridad, y llega al punto de tener el cañón de su arma a un metro de Goodchild. Pero no le dispara. A partir de este momento la historia toma matices inesperados que la hacen una mejor película, pero que no la redimen por completo, porque jamás abandona su nivel primario de entretenimiento, sustentado por largas escenas de artes marciales y de tiroteos.

La película es visualmente bella, sin embargo, y gran parte de esa belleza proviene de la arquitectura visionaria de sus escenarios. Ésta no fue creada en un estudio. Todos estos edificios y estructuras existen en Berlín, una ciudad una vez dividida y que ostenta, en sus construcciones, algo del sueño histórico del ser humano por idear los espacios del futuro.

Del resto del elenco, Amelia Warner como Una Flux, la hermana de Æon, provee una nota de calidez humana, aunque quizás sólo Pete Poslethwaite en el papel de Keeper, tenga las escenas más memorables, y por razones de estilo más que por otra razón. Los demás actores, Marton Csokas como Trevor Goodchild, Jonny Lee Miller como Oren Goodchild y Paterson Joseph como Giroux son tan acartonados como sus versiones en los dibujos animados, pero esta vez debido a un guión que los ha reducido a una sola dimensión.

La película cuenta con pormenores absurdos. Sólo los rebeldes clandestinos se visten de negro, por ejemplo. Durante una misión nocturna, en lugar de usar camuflaje, Æon se viste de blanco. Pero estos son detalles. Lo más serio es que la historia contiene una falla que desafía la lógica misma de su misterio: si las personas están siendo clonadas de generación en generación, no deberían haber, en un momento dado, hasta tres versiones de una misma persona. Y en una ciudad con sólo cinco millones de habitantes, ¿cómo es posible que nadie se haya dado cuenta de esto a lo largo de 400 años? Al menos la película adopta una postura moral ante el tema de la clonación, tomando en consideración la relación del ser humano con la naturaleza. Esta preocupación moral denota una actitud que sí es muy rara en Hollywood, donde las ideas complejas son la principal especie en peligro de extinción.



Originalmente publicada en El Faro, San Salvador, 2005.

© 2009, Jorge Ávalos.

G. I. Joe: el origen de Cobra

Soldaditos de plástico


G. I. Joe: el origen de Cobra o G.I. Joe: the Rise of Cobra
(2009, 118 minutos)
Dirección: Sthephen Sommers
Guión: Stuart Beattie, David Elliot and Paul Lovett
Basada en los muñecos creados por: Hasbro
Fotografía: Mitchell Amundsen
Edición: Bob Ducsay, Jim May
Música de: Alan Silvestri
Elenco: Christopher Eccleston como McCullen; Adewale Akinnuoye-Agbaje como Heavy Duty; Joseph Gordon-Levitt como El Doctor/Rex; Marlon Wayans como Ripcord; Rachel Nichols como Scarlett; Dennis Quaid como el General Hawk; Sienna Miller como Ana/Baronesa; Jonathan Pryce como el Presidente de los Estados Unidos.


Cuando en una película se ataca y destruye un monumento mundialmente famoso, la Torre Eiffel por ejemplo, sin ninguna razón aparte de que sería genial ver cómo se derrumba, seguramente estás en las manos de un productor ignorante.

Si en la misma película, los héroes son soldados, personas cuya profesión es proteger a la ciudadanía, pero son soldados que no tienen ningún problema con causar un caos criminal en las calles de una ciudad, destruyendo automóviles y edificios y poniendo en peligro a cientos, quizás miles de civiles inocentes, entonces estás en las manos de un director de cine insensible.

Y si además, en esa misma película los héroes deciden atacar una base submarina disparando al hielo de la capa polar del Ártico para que el hielo se haga pedazos y se hunda, a pesar de que el hielo flota, como lo puedes probar en tu casa si hechas un par de hielos en un vaso de agua o como lo ha probado tan bien la naturaleza a lo largo de cientos de millones de años con una enorme capa de hielo que flota en todo el casco polar del Ártico, entonces estás en las manos de un escritor que no sólo es ignorante e insensible, sino que también se merece un premio como el más ilustre idiota de Hollywood.

¿Será posible que exista una película tan estúpida?

Aunque no lo creas esa película existe y se titula G. I. Joe, el origen de Cobra. Es sobre un grupo de soldados escogidos por los países más poderosos del mundo por razones que el guión muy sabiamente decide ocultarnos. Ahora bien, si estas naciones se han unido para crear un comando élite con sus mejores hombres y mujeres, entonces, ¿quiénes son los enemigos de esta unidad especial? Los escoceses, por supuesto. Uno de ellos es McCullen, un científico loco con la cara desfigurada y cuya familia tiene una trifulca en contra de la humanidad desde hace siglos.

Para efectuar una venganza en nombre de un antepasado que sí se merecía el castigo que le impuso la justicia, y por otras razones tan insensatas e improbables como esta, el resentido escocés ha creado nanorobots, una especie de plaga microscópica verde que puede comerse la Torre Eiffel con tanta rapidez y precisión que esta cae exactamente sobre la cámara de cine mientras turistas norteamericanos corren hacia los lados para no golpear la cámara, la cual finalmente es aplastada por una avalancha de modernos efectos digitales.

Afortunadamente, esta película de acción no es tan seria como lo sugiere la historia de un científico loco con el poder para destruir la tierra, porque los productores han contratado a Marlon Wayans, un comediante negro que se especializa en hacer películas que se mofan de películas estúpidas. Quizás es una estrategia para hacerle creer al público que esta no es una película estúpida sino la inteligente sátira de otra. Lamentablemente la estrategia no funciona porque los tres escritores de G. I. Joe se han tomado la historia demasiado en serio como para reírse de su propio material. Al parecer, dos cabezas piensan mejor que una, pero tres no tienen la capacidad de pensar en lo absoluto.

Y para que nadie diga que no hay un elemento racista en la idea de darle a Wayans el papel del negro chistoso, se ha incluido a la preciosa pelirroja Rachel Nichols para que se enamore de él… pero no porque es negro… ¡oh, no!, por supuesto que no, sino porque, bueno… Wayans es simpático, o sea, un negro pero de los chistosos. Si no fuese así, la pelirroja se habría enamorado del otro negro, Adewale Akinnuoye-Agbaje, que es más negro, más grande y… bueno, el nombre lo dice todo.

Cuando es visible, Rachel Nichols viste un traje que se ajusta acentuando los puntos más sensuales de su cuerpo, incluyendo las piernas, la espalda, las caderas, el vientre, la cintura, los muslos, los pechos, los hombros, el cuello, los tobillos, las rodillas, las axilas, los codos, los omóplatos, las costillas... ¡Uh!... ¡Ah!... ¡Uff!... Sin duda, esto es algo que excitará enormemente a los varones mayores de 12 años. Pero en sus escenas de combate, Nichols usa un traje que la hace invisible, lo cual excitará sin medida a los niños menores de 12 años mientras imaginan qué genial sería tener un traje así... ¡Uh!... ¡Ah!... ¡Uff!...

Por cierto, aparentemente el actor principal de la película es Joseph Gordon-Levitt, pero francamente no recuerdo porqué. Tal vez porque de todos los miembros del reparto, él es el que más se parece a los muñecos de plástico que inspiraron esta película dirigida por Stephen Sommers, un hombre que sí sabe cómo dirigir a sus actores como si fuesen muñecos de plástico.

Rachel Nichols y Marlon Wayans

Originalmente publicada en Avalorama, San Salvador, 2009.

© 2009, Jorge Ávalos.

El transportador 3

Coqueteando con el desastre



El transportador 3 o Le Transporteur 3 (2008, Francia, 104 minutos)
Dirección: Olivier Megaton
Guión: Luc Besson y Robert Mark Kamon
Basada en los personajes creados por: Luc Besson
Fotografía: Giovanni Fiore Coltellaci
Edición: Camille Delamarre y Carlo Rizzo
Música de: Alexandre Azaria
Elenco: Jason Statham como Frank Martin; Natalya Rudakova como Valentina; François Berléand como el inspector Tarconi; y Robert Knepper como Johnson.


En cada una de las tres entregas de El Transportador me asalta la misma duda: ¿Por qué los mafiosos de la película tienen que contratar al perfeccionista, insoportable e inmanejable Frank Martin para transportar un paquete que ellos, con todos sus hombres, podrían manejar por sí mismos? Es verdad que Martin puede hacer peripecias increíbles: conduce su automóvil entre dos camiones con sólo dos llantas y salta un puente para caer sobre un tren en movimiento. Aún así, la reputación de Martin debería ser su maldición. Si al final de cada uno de sus trabajos, él acaba destruyendo a las organizaciones criminales que le contratan, ¿por qué lo siguen buscando?

El Transportador 3 empuja ese desafío de la lógica a su más insensato extremo. En esta entrega de la serie, Martin es obligado a trabajar con una organización criminal transnacional. No es que no haya nadie más para hacerlo. De hecho, esta organización criminal parece tener recursos humanos inagotables. En una ocasión, Martin se sale de su ruta y de inmediato una docena de matones son despachados para obligarlo a continuar con su viaje. Martin los hace añicos con una técnica de artes marciales que apenas vemos por la rapidísima edición de esta secuencia, pero ¿por qué pelear contra ellos, si al fin y al cabo debe continuar con su viaje? En este punto de la historia resulta aún más intrigante mi pregunta original, ¿por qué es él el hombre elegido para llevar a cabo la misión cuando se pudo haber utilizado a esta docena de mafiosos para escoltar el “paquete”?

Lo más curioso de El Transportador 3 es que uno de los personajes señala la idiotez general de la premisa central. Johnson, el mismo que lo obligó a hacer el trabajo, llama a Martin por teléfono y le dice: “Cualquier idiota puede transportar un paquete, sólo se necesita una licencia de manejar. Así que estás despedido”. ¡Da! Pero, ¿qué hace Frank Martin? Tras perseguir a su propio carro en una bicicleta, cruzando ventanas, rompiendo paredes y saltando sobre las mesas de una maquila, Martin regresa a su automóvil, se deshace del nuevo transportista y continúa con el viaje. Obligadamente, por supuesto. Porque hay un detalle que habría que mencionar: Martin no puede alejarse más de 25 metros de su Audi porque tiene un brazalete conectado por medio de un transmisor que explotará si lo hace.

La idea de un brazalete explosivo parecería razón suficiente para crear toda una gama de oportunidades para el suspenso, la tensión o la acción, pero como se nos demuestra una y otra vez, no es así. Al parecer se pueden hacer muchas cosas a una distancia de 25 metros de un vehículo. Martin se detiene, le echa gasolina al automóvil, visita a un amigo, hace llamadas, entra a un taller automotriz y usa el Internet para hablar con un inspector de policía. Incluso hace el amor a 20 metros de su famoso Audi después de llevar a la muerte a dos hombres ineptos que dispararon contra él intentando rescatar al “paquete”.

Ese “paquete” que necesita ser transportado de Marsella a Odessa es Valentina, quien ha sido secuestrada para chantajear a su padre, el ministro de Medio Ambiente de Ucrania. Utilizar como “paquete” a una joven bella, inocente y lamentablemente estúpida en las tres películas de El Transportador es ya un insulto a la inteligencia. Todos estos “paquetes” visten minifaldas y tienen largas piernas. La primera fue morena, la segunda asiática, y ésta, interpretada por Natalya Rudakova, es pelirroja, pecosa y preciosa. Rudakova podría haber iluminado la serie con su fresca presencia, pero el guión degrada a su personaje y lo reduce a una pieza ornamental: Valentina es una belleza consentida y caprichosa pero demasiado infantil para ejercer con plenitud la sensualidad que se le atribuye (la mujer con cuerpo de modelo y mente infantil es una constante en todas las películas de Luc Besson).

El vasto territorio recorrido por esta entrega, con sus escenarios internacionales y su intriga política, prometían una incursión geográfica y temática al territorio narrativo de las series de alto espionaje, como las de James Bond o las de La Identidad Bourne. Craso error. El traje le queda demasiado grande al guión y al director, Olivier Megaton. En lugar de profundizar en la historia, o de elevar la apuesta de la acción con una idea de lo que realmente está en juego, se nos ofrecen indicios reprimidos de violencia y de sexualidad. En ese sentido, la escena más perturbadora la tiene Rudakova, cuando después de consumir éxtasis y beber vodka se agacha en el pasillo de una tienda para orinar. Qué chica tan graciosa: en el transcurso de la historia más de una veintena de hombres arriesgan y, en algunos casos, pierden sus vidas por ella, pero aún así nunca parece tener verdadera conciencia de que ha sido secuestrada y de que está bajo una constante amenaza de muerte.

La primera entrega de El transportista nos ofreció un personaje plano y mecánico en una historia con una premisa ilógica, pero Jason Statham es un actor intenso y fascinante, y la película en sí tenía suficiente energía y originalidad para entretener. De hecho, la absurda premisa contribuía a la diversión, y las exageradas y fantásticas escenas de acción tenían altas dosis de comicidad. Pero en El Transportador 3, sin ese sentido del absurdo no queda más remedio que tomar en serio las escenas de acción, pobremente concebidas y ejecutadas por Megaton.

Consideremos, por ejemplo, este detalle: el Audi de Martin es a prueba de balas; de hecho, las balas no le hacen un rasguño ni a las ventanas ni a la carrocería, pero en dos ocasiones, Martin rompe esas ventanas de una patada. ¿Debemos inferir que él es más rápido y fuerte que una bala? En otra escena, Martin cae en un río, y utiliza el aire de las llantas para inflar un par de canoas que elevan el automóvil a la superficie; ahora bien, si un par de llantas tenían suficiente aire para sacar el vehículo del agua, ¿por qué el aire de las cuatro llantas no fueron suficientes para mantenerlo a flote? Distraído por el aburrido guión, comencé a notar estas cosas a cada giro de la historia, y al final no me quedó más que el cansancio de haber tolerado una interminable lista de torpezas.

Natalya Rudakova es una niña muy mala en El transportador 3


© 2009, Jorge Ávalos.

A la sombra de La Matriz

Precursores e imitadores de The Matrix



La aparición de la película The Matrix, de los hermanos Wachowski introdujo una mitología cautivadora y un imaginario que fue ampliamente imitado desde el principio. Por supuesto, no han faltado las parodias de las escenas de artes marciales en un número de comedias: Scary Movie (2000), Shrek (2001), Cats & Dogs (2001), Kung Pow: Enter the Fist (2002), Austin Powers in Goldmember (2002) y Without a Paddle (2004). Aunque The Matrix no fue la primera película en introducir la noción de un mundo virtual construido por medio de un sistema de inteligencia artificial, sí fue la mejor y la única que ha marcado la cultura popular. El primer antecesor importante fue, de hecho, la primera película en utilizar efectos digitales: Tron (1982). Un segundo antecesor, no menos importante para The Matrix fue la película de anime japonesa The Ghost in the Shell (1994), que influyó enormemente la estrategia visual de la película de los Wachowski, al punto de imitar algunas escenas y de utilizar un arco narrativo similar.

De todos los precursores de The Matrix, sólo hay dos películas que podrían muy bien ser obras maestras. La primera, sorprendentemente, provino de España: Abre los ojos (1997), de Alejandro Amenábar. La segunda es la maravillosa parábola de Alexander Proyas Dark City (1998); hay paralelos indiscutibles entre esta última y The Matrix e, irónicamente, para la producción de esta última se utilizaron escenarios descartados de Dark City. La mayoría de las películas que incursionaron en el tema de realidades virtuales antes de The Matrix no fueron muy buenas: Mindwarp (1991), The Lawnmower Man (1992) y su secuela Lawnmower Man 2: Beyond Cyberspace (1996), Arcade (1994) y Virtuosity (1995). De forma casi paralela a The Matrix se produjeron dos películas interesantes pero fallidas: eXistenZ (1999) y The Thirteenth Floor (1999); sin embargo, la primera de estas dos es una incursión de David Cronenberg en el género que explora con elementos surrealistas aspectos filosóficos de la existencia humana, y esto le supone un interés especial; si eXistenZ no es recordada como una gran película de ficción científica, sí será recordada como parte integral de la obra de Cronenberg.

Hablando de Cronenbrerg, en algún momento yo pensé, honestamente, que el interés por los temas existenciales expuestos en The Matrix podría haber influido en la formulación de películas de ficción científica más interesantes, sobre todo dentro del campo de la realidad virtual. Hasta ahora esto no ha sucedido. En cambio hemos visto la aparición, un año tras otro, de películas asombrosamente mediocres que están más interesadas en imitar las secuencias de acción de The Matrix que en cualquier otra cosa. La serie francesa El transportador, sin pertenecer al género de ficción científica, sigue esta línea del uso recurrente y fantástico de escenas de acción en la que se combinan de forma absurda el uso simultáneo de armas y artes marciales. En The Matrix esto tiene sentido, porque Neo y sus compañeros son tan rápidos que sus movimientos coreográficos más bien responden a la necesidad de evadir las balas enemigas mientras ellos mismos disparan; el dominio de la mente sobre la realidad virtual justifica la combinación del uso de las armas y de las artes marciales. Pero en la reciente avalancha de películas de acción, la introducción de armas de fuego denigran el género.

Cinco películas recientes imitan The Matrix de una manera o de otra. Todas son olvidables y con excepción de una, todas tienen fallas de lógica y un pobre nivel intelectual. En algunos casos parecen orientarse hacia el mundo de mutantes que puebla la serie X-Men, pues los protagonistas poseen poderes sobrenaturales que si no los explica la vida en un mundo virtual, sólo pueden ser atribuidos a fenómenos humanos que subvierten las leyes de la física: The one (2001); Equilibrium (2002); Jumper (2008); Wanted (2008); Push (2009). De estas cinco, sólo Equilibrium, dirigida por Kurt Wimmer, es interesante porque, más allá del uso exagerado de las armas de fuego, se atreve a explorar temas de libertad humana con una premisa levemente interesante: si el origen de los males humanos proviene de la emocionalidad humana, ¿por qué no suprimir las emociones? John Preston (Christian Bale), es un “oficinista” que cuida la supresión de emociones y de los productos que las incitan: el arte, los libros, la música. Hay algo de Farenheit 411 en esto, y algo de Un mundo feliz, y algo de 1984. Y si se le compara con Aeon Flux descubrimos que existe una preocupación política por la libertad y por los usos de la rebelión en la ficción científica contemporánea.


© 2009, Jorge Ávalos.